DÍA 18 / 2020

Las lágrimas de diseñador no curan la COVID

Una fábula de dimensiones heurísticas.

Espejito, espejito, ¿Quién es el mejor diseñador? Animales mitológicos, herramientas y lágrimas sin número se mezclan en este cuento que es la vida del diseñador. Léelo que la banda sonora es de Silvio Rodríguez.


Mi unicornio de UX ayer se me perdió. Pastando lo dejé y desapareció. Cualquier información bien la voy a pagar. Las flores que dejó, no me han querido hablar.

El año pasado empezaba este artículo un viernes a la tarde, como hoy. Pero en lugar de escuchar la banda sonora de El hombre de acero, hoy me he puesto esa obra de arte que es la de Young Sherlock Holmes. Me siento erudito. Investigador. Buscador de tesoros.

Si hay un ente buscado en todo el mundo digital es, seguramente, el unicornio de UX. Animal mitológico que es capaz de obrar milagros en organizaciones y proyectos. De ahí, como decía Silvio, que a quien le acerque a cualquier cosa que se le parezca, bien le vaya a pagar.

A veces lo buscamos con tal ansia que creemos verlo. Nos parece encontrarlo en nuestros referentes, nuestros compañeros e incluso, en ocasiones, en el espejo.

Eso cuando nuestros ojos no se encuentran nublados por las lágrimas. Porque, si hallar el unicornio es complicado, hay pocas cosas que te puedas encontrar tan fácilmente como a un diseñador llorando. Sólo hay que despegar un post-it.

Es algo tan común que, en entornos vecinos a los nuestros, ha llegado a ser razonablemente habitual la expresión de “ya están los diseñadores llorando”.

Y, ojo, que llorar está bien. Da importantes pistas sobre lo que está pasando y eso es bueno (Primer heurístico: Visibilidad y estado del sistema). Pero a veces hace que se nos entienda mal, balbuceamos. Nuestro discurso se vuelve inconexo. Eso no sería un problema en sí, a no ser que se vuelva recurrente, porque entonces resulta que no te entienden nunca.

Me sorprende, o quizá no, encontrarme gente que en un platillo de la balanza hace gala de sus 20 años de profesión y en el otro coloca sistemáticamente una queja sobre que nunca se llega a desarrollar lo que diseña.

20 años llorando, qué cansado. Además llorando a solas. Porque si, al menos hubieras llorado junto con tus compañeros de desarrollo, de negocio o de compliance, te podrías haber dado cuenta de que sus lágrimas se parecían mucho a las tuyas. Hacer de las lágrimas un lenguaje común, al menos.

Y no es que no nos entiendan, es que no nos explicamos bien. (Segundo heurístico: Correspondencia entre el sistema y el mundo real). No hemos conseguido ese lenguaje común, hasta tal punto que, de tanto necesitarlo, estamos adoptándolo directamente de disciplinas más orientadas a la producción, al delivery. Convirtiendo muchas de nuestras lineas maestras en algo fabril. En maquinaria.

Llegado ese punto, la labor del diseñador como gestor de la incertidumbre se desvanece. Se ve limitada por liturgias que no dejan, a veces, holgura suficiente para manejar las herramientas que necesitamos. No las que nos dice el sistema, sino las que son realmente apropiadas en ese contexto concreto. Claro que, opino, uno de los mayores activos que puede tener un diseñador es una caja de herramientas amplia, en la que quepa desde la herramienta más sofisticada hasta un cincel y un martillo. (Tercer heurístico: Control y libertad del usuario)

¿Que con un cincel y un martillo te puedes golpear en un dedo? Claro ¿Que no tienes certeza de si podrías atravesar la pared? Por supuesto. Pero, maldita sea, has elegido diseñar. Has decidido averiguarlo, no que te lo cuenten.

Has decidido entender el porqué y tomar decisiones

¡Pero esto te puede llevar a la más absoluta de las anarquías! Pues no. Si has llegado al porqué más primitivo, podrás encontrar qué formas de resolverlo ya se han aplicado con éxito (Cuarto heurístico: Consistencia y estándares) Y así estarás poniendo ruedas a los coches, pero no porque tengan que tenerlas. Las elegirás porque, de todos los sistemas que tienes a tu alcance, es el más eficiente en este contexto. Hasta que puedas meter en tu caja de herramientas el teletransporte, claro.

Y es que el diseño es consciente, o debería serlo. Porque nunca es inocente. Si quieres ser inocente, no diseñes. Haz churros.

No podemos estar ahí alardeando de que vivimos diseñando por y para las personas y pretender ser inocentes. Porque esos a los que tu diseño hace la puñeta (y siempre los hay) también son personas. Incluso si son desarrolladores de front-end, como mi hermano.

Fijaos que aquí me surge una reflexión; es que a veces esas personas somos nosotros.

Venga ya, si ni siquiera somos capaces de diseñar una oferta formativa que no sea engañosa. (Quinto heurístico: Prevención de errores). Y me dirás, claro, eso no es responsabilidad nuestra. Es que hay un grupo de disidentes pervertidos por el capital y con pocos escrúpulos que se aprovechan de que nadie sabe lo que es un diseñador.

Y me lo dices, de nuevo, llorando. Acompañado quizá de la queja de que tus compañeros, tus clientes, tus responsables, los de rrhh o el Frente Popular de Judea piensan, por ejemplo, que un diseñador es alguien que pinta. Es desolador ¿Verdad? Si es que la vida del disainer es un llenar de pañuelos.

Pues bien, nos guste o no, la imagen que tiene la gente que nos rodea de lo que es un diseñador, es lo que ven cuando nos miran. En su imaginario, lo que aparece bajo el epígrafe “diseñador” no lo han buscado en un diccionario, eres tú. Soy yo.

Y si, tras trabajar contigo, ven a alguien que pinta y colorea y no te gusta, pues conviértete en otra cosa. Porque eso es lo que estás proyectando. (Sexto heurístico: Reconocimiento antes que memoria)

Cámbialo, rediseña el modo de entregar, de ofrecer, de transmitir tu valor. Consigamos dotar a la palabra “diseño” de un significado real, honesto y acorde a lo que podemos aportar. Hagámoslo a través de nuestro buen hacer, de nuestro día a día. Cambiemos cómo nos ven siendo algo diferente a lo que mirar. Algo digno, algo mejor.

Mi unicornio y yo, hicimos amistad. Un poco con amor. Un poco con verdad. Con su cuerno de añil pescaba una canción. Saberla compartir era su vocación.

Piénsalo, imagina que cada vez que tuviéramos ganas de llorar, lo hiciéramos. Perfecto. Para justo después, en lugar de compadecernos, buscar una herramienta, un método, un argumento, una estrategia para resolverlo en el futuro. Que aprendiéramos a utilizarla, que adquiriéramos criterio sobre cuándo y con quién tiene sentido (Séptimo heurístico: Flexibilidad y eficiencia de uso) y la añadiéramos a nuestra caja.

Una caja cada vez más grande para un diseñador con una firma cada vez más pequeña

Decía Dieter Rams (¡Check!) que el diseño debe ser tan mínimo como sea posible. A mi los diseñadores que más me gustan son aquellos que son tan pequeños como para colarse por las grietas y estar, observando, casi transparentes, en aquellos lugares donde se destilan los porqués. (Octavo heurístico: Diseño y estética minimalista).

No se puede llegar al fondo de un problema que tiene otro, cuando el centro eres tú. Cuando el principal elemento generador de ruido son tus fuegos artificiales. Cuando necesitas más intervenir que escuchar. Que somos muy diseñadores y mucho diseñadores. Por eso nos hacen falta más palabras en la firma. Cada dos o tres años, cursos, bootcamps, pues añadimos o reclamamos una. Principal, senior, lead, ninja, jedi, unicorn.

¿Pero qué pasaría si lo que puede hacer esa caja de herramientas fuera más grande que nuestro nombre? Si lo que vieran nuestras compañeras al mirarnos fuera a esa imagen. Esa proyección de todo lo que podemos evaluar, balancear, gestionar y solucionar. Imagina que también consiguiéramos que lo viera el CEO de ese cliente, o el de nuestra propia compañía, o ese stakeholder que nos bloquea las iniciativas.

Si decimos que el valor es algo que se cocrea, que te otorga el cliente. Proyectemos esa imagen para que la asignen fuerte a la palabra diseñador. Para que sepan qué pedir, qué contratar y así tú y yo sepamos qué debiéramos aprender. (Noveno heurístico: Recuperación de errores)

Y si no sabemos, si no entendemos qué considerarán de valor. Si no encontramos cómo establecer un contrato eficiente con ellos. Nuevamente, investiguemos para nosotros, para nuestro servicio. Conspiremos, transparentes, a su lado. Lloremos juntos, pero con un objetivo. Para entender y contarlo. (Décimo heurístico: Ayuda y documentación)

No nos van a respetar por ley. No nos van a ver necesarios o valiosos, ni porque lo diga McKinsey, ni porque vayamos pregonando que cagamos arco iris.

Y no debiéramos ni quererlo. Es fácil que te obedezca un niño por autoridad. Eres más grande, más feo, más mayor y pegas más fuerte. No queramos eso. Los diseñadores no.

Elijamos, de partida, ser el niño, la pregunta inocente pero certera, la solución imaginativa y la lógica aplastante. La mirada limpia para entender. Y sumémosle tras cada frustración, tras cada llanto, una herramienta.

No un corrillo. No un lobby. No una etiqueta. No encarguemos camisetas, todavía.

Pues, colorín colorado, hasta aquí con este repaso por lo más básico del diseño. Ya ves, los 10 heurísticos de Nielsen, que son como la tabla del dos dentro de las herramientas para el diseño de cosas digitales. Desde hace más de veinte años.

Y aquí estamos, en 2020, llorando sin siquiera aplicarlos a la entrega de nuestro servicio. A tomar por culo el unicornio.

Mi unicornio de UX se me ha perdido ayer. Se fue.