DÍA 18 / 2019

Diseñar es un camino de superación

El camino del diseñador es la historia de una persona que no existe, en un mundo lleno de peligros. A veces corre delante de una bola de piedra, a veces sobrevive como soldado de fortuna. Si usted tiene suerte, quizás pueda contratarlo. ¡Ay que me los quitan de las manos!


Es viernes, por la tarde, y escribo este artículo mientras escucho la banda sonora de El hombre de Acero, para motivarme.

Hola, me llamo Sergio y sería bonito decir que llevo diseñando desde siempre.

Un Natural Born Designer. Soy especial. Exactamente como el 100% de las personas. Todos, sin excepción, nacemos imaginando futuros para los que somos capaces de inferir respuestas maravillosas, inocentes quizá, imposibles de ejecutar, puede, pero respuestas maravillosas al fin y al cabo.

Dale algo con que pintar a un niño y te enseñará, como mínimo, un modo de llegar a la luna. Sin fisuras. Honesto. Disruptivo, sí, porque no se atiene a ninguna de las reglas que conoces. Ni las de la física, ni la termodinámica, ni siquiera la ley de la gravedad, por Dios, ninguna. Pero no te confundas, tiene reglas aunque tú no la conozcas y ¿Sabes qué? El niño sabe explicártelas.

Y en este párrafo se encuentra encapsulado el mayor enemigo que me he encontrado como diseñador. Los grandes errores vinieron, no de lo que desconocía, sino lo que creía como cierto y no lo era.

El término Diseñar proviene etimológicamente de “Designio” y viene a significar, más o menos, dibujar lo por venir. El futuro.

¿Existe algo más bonito que dibujar un futuro maravilloso y que se cumpla? ¿Algo más cercano a la materia de la que se nutren los sueños? Tenemos el oficio más bonito del mundo.

Pero nadie puede aguantarse tanto tiempo los pedos.

Ni siquiera siendo la profesión del momento o la mejor vestida. 100% de empleabilidad para gobernar el futuro de la transformación digital 4.0. Pero en este mundo Mister Wonderful nadie nos enseña que el camino del diseñador es un camino constante de superación. Un camino de ver cómo las cosas te superan una y otra vez. Todas, sin excepción. Los usuarios, la tecnología, la teoría del diseño, las estimaciones, las herramientas, todo.

Salimos a la calle con la raya del pelo peinada al píxel, nuestra camisa hecha de perfectas retículas y el pantalón a juego dejando al aire nuestros maravillosos tobillos simétricos y consistentes con el muy top sistema de diseño de nuestro cuerpo humano.

Y qué, esa pose sólo funciona hasta que el camión de los hechos te salpica de arriba a abajo con el barro de la realidad más allá de tu pantalla. Un requisito técnico, legal, un presidente que tiene un primo, o una opinión que no esperabas…

Qué momento más duro, ¿Verdad? El mío lo fue.

Mi raya, mi camisa, mis tobillos. Mis ropas de cartón piedra. Tan solo a falta de un niño que gritara que el emperador está desnudo.

Primero me lo gritó la tecnología. Empecé a programar con ocho años y estudié informática en la universidad. Sabía bastante, hasta que dejé de saberlo. ¡Pero sí de los usuarios! No, tampoco. Ni de negocio. Ni siquiera, bajando a lo más táctico, de las herramientas de dibujar; sí, dibujar, no diseñar.

El diseño no es lo que entrego. Ese resultado, ese tótem, eso que entrego es mi forma de contar sus consecuencias. El diseño es lo que ocurre antes. Cada decisión, cada baja, cada riesgo asumido. Cada por qué encontrado. Cada regla de ese universo que he conseguido entender e interpretar.

Entonces llega el día en el que, a fuerza de superarte todo, hasta tú descubres que no eres tan buen diseñador como creías. Y ya, tachán, de repente eres mayor.

No, no lo eres. Ese día duele y te llenas de excusas, de culpables. De “es ques”, de no me dejaron y de no me entienden. Nadie tiene ni idea, sólo tú y tus amigos. Ese día sólo eres el aspirante enfadado que se centra en golpear y se olvida de respirar. La seniority que pediste en tu contrato formando parte del mismo montón de trocitos de papel mojado que tu diseño.

Y te vuelves peligroso. Para ti y para tus compañeros. Para toda la profesión. Porque todo a tu alrededor es amenaza y los cimientos de tu púlpito tiemblan. Claro, tus mandamientos sin púlpito son solo opiniones y las opiniones son de pobres. Nadie las obedece.

¡Pero eh! Eres diseñador, no naciste para ser pobre, sino para liderar los ejércitos del producto. Y te levantas, te cambias la firma, el título en LinkedIn, sacas brillo al avatar de twitter y ahora eres The World Finest Product Designer Ever Seen In Wonderland.

Y viene otro camión, unos malabares con naranjas más grandes que tus manos y volver a descubrir que sigues sin ser tan buen diseñador como tu firma.

A veces esto ocurre cada día. Cada vez más consciente de que sigues siendo un niño en el carnaval del cartón piedra. No es la edad. No es el tiempo. No son las etiquetas en tu perfil.

Descubres que te has hecho mayor el día que abrazas tu ignorancia y eres capaz de aprender que la paradoja está en que ese abrazo te vuelve mejor diseñador.

El día que entiendes que cada vez que dices que eres full stack sólo significa que tu stack es muy pequeño. Como las multinacionales líderes en su sector, que todas lo son.

Y esto, que a nivel de personal branding, de ego, o de respeto en la cena familiar de nochebuena tiene su aquel, también lleva en la mochila un reverso tenebroso. Que esa obsesión de control te lleva a levantar escudos y silos, a sesgar las opciones. A poner la seguridad de lo que sabes, por  encima del riesgo de admitir lo que ignoras.

No podemos imaginar el futuro encerrados en un silo de hormigón. Tampoco podemos hacerlo operando la maquinaria del diseño. Podemos dibujarlo, pero no imaginarlo.

Entonces qué ¿Perdí el miedo a equivocarme? No, cada vez tengo más. Tengo más miedo a diseñar obviando que el flujo de caja mata una empresa. Que puede venir el presidente del consejo y no tener un plan para gestionar ese riesgo. Miedo a no preguntar. Miedo a que no me cuenten. A estar a una distancia que no me permita escuchar los detalles.

Miedo a olvidar que se diseña en horizontal. Es decir, a no saber cambiar de discurso para hablar de igual a igual al desarrollador y también al CEO. Miedo a mirar desde arriba, con condescendencia, en lugar de con la humildad de ser el cimiento en que se apoyen. Miedo de olvidar que ahí es donde somos importantes. Escondidos bajo tierra si hace falta, transparentes, pero imprescindibles arbotantes que sustentan las tensiones y, con ello, el templo. Miedo a dejar de ser herramienta y creerme un fin.

Nos gusta vernos como valientes y no hay modo de ser valiente si no se tiene un miedo que superar. Y no hay miedo tras el burladero del sólo tenía 30 horas para este diseño. Es nuestro disclaimer. Así que, si tengo que elegir un miedo a saltarme, aunque me cuesta, es el miedo a reconocer que no sé y a preguntar. Que son muchas las veces que no tengo respuestas, pero aun así intento tener siempre un plan. Hay alguien al volante que no conoce el camino antes de salir, pero sabe conducir y leer señales.

No tengo certezas y no las vendo, soy honesto, así que gestiono riesgos.

De modo que, tras todo esto, si tuviese que elegir una única cosa que contar, sería esto:

Descubrirás a cada paso que eres peor diseñador de lo que crees, y eso está bien, te hace mejor. Y, si no lo descubres, no estás diseñando.

Hola, me llamo Sergio, llevo diseñando cosas digitales profesionalmente desde 1998, y esto es lo que he aprendido. Gracias por leer hasta aquí.